18 noviembre 2008

USAmérica, la iletrada


Por: Chris Hedges

Vivimos en dos USAméricas. Una USAmérica, ahora la minoría, funciona en un mundo letrado, basado en la palabra impresa. Puede lidiar con las complejidades y tiene las herramientas intelectuales para separar la realidad de la ilusión. La otra USAmérica, que constituye la mayoría, existe en un sistema de creencias basado en la irrealidad. Esta USAmérica, dependiente de imágenes habilmente manipuladas para su información, se ha desligado de la cultura ilustrada basada en la letra impresa. No puede diferenciar verdades de mentiras.

Se informa a través de narrativas simbolísticas infantiles y clichés. La ambigüedad, los matices y la autoreflexión la sumergen en confusión. Esta división, más que la de clase, raza o género, más que la de rural y urbana, creyente o no, republicana o demócrata, ha separado al país en entidades radicalmente antagónícas e imposibles de reunir.

Hay más de 42 millones de USAmericanos adultos, 20 % de los cuales son graduados de secundaria, que no pueden leer, así como unos 50 millones que leen a nivel de cuarto o quinto grado. Cerca de un tercio de la población es iletrada o apenas mínimamente ilustrada. Y ese número aumenta a razón de unos dos millones por año. Pero aún los supuestamente educados se refugian en grandes números en esta existencia basada en imágenes. Una tercera parte de los graduados de secundaria, junto con 42 % de los graduados universitarios, nunca leyeron un libro después de culminar sus estudios. El año pasado, el ochenta por ciento de las familias USAmericanas NO compraron ni un solo libro.

Los iletrados rara vez votan, y cuando lo hacen no tienen la capacidad de tomar decisiones basadas en información textual. Las campañas políticas USAmericanas, que han aprendido a hablar en la reconfortante epistemología de las imágenes, substituyenen las ideas y los programas políticos por frases baratas y calmantes narrativas personales. La propaganda política ahora se disfraza de ideología. Las campañas políticas se han convertido en experiencias que no requieren habilidades cognitivas o autocríticas. Se han diseñado para encender sentimientos seudoreligiosos de euforia, empoderamiento y salvación colectiva. Las campañas exitosas son instrumentos sicológicos cuidadosamente diseñados que manipulan estados de ánimo, emociones e impulsos públicos inestables, muchos de los cuales son subliminales. Estas campañas crean un éxtasis público que anula la individualidad y propician un estado de falta de sentido. Nos empujan a vivir un eterno presente. Mantienen una nación viviendo en amnesia permanente. Estilo y cuento, en vez de historia y realidad, son los que informan nuestra política y nuestras vidas. Preferimos ilusiones felices, y funciona porque tanta parte del electorado, incluyendo aquellos que deberían saber más, votan por sonrisas, consignas, instantáneas familiares y la percepción de sinceridad y el atractivo de los candidatos. Confundimos nuestros sentimientos con conocimiento.

Los iletrados y semiletrados, una vez que las campañas terminan, siguen sin poder. Todavía no pueden proteger a sus niños de las escuelas públicas disfuncionales. Aún no pueden entender los préstamos predadores, las intricadas cláusulas de las hipotecas, los contratos de las tarjetas o de las líneas de crédito que los llevan a la quiebra y a la bancarrota. Ellos siguen luchando por comprender detalles básicos de su rutina diaria como leer instrucciones de los medicamentos o llenar formas bancarias, documentos para préstamos para adquirir vehículos, planillas de beneficios por desempleo o papeles del seguro. Asisten, sin comprenderla, a la pérdida de centenares de puestos de trabajo. Son rehenes de las marcas, que vienen con imágenes y consignas, que a su vez son lo único que entienden. Muchos comen en restaurantes de comida rápida no sólo porque son más baratos, sino porque pueden solicitar la comida a través de imágenes en vez de menús. Y quienes les atienden, también iletrados o semiletrados, marcan las órdenes en cajas registradoras cuyas teclas vienen marcadas con símbolos e imágenes. Este es nuestro nuevo mundo feliz.

Los líderes políticos de nuestra sociedad post-ilustrada no necesitan más ser competentes, sinceros u honestos. Sólo necesitan aparentar tener estas cualidades. Más que todo, necesitan una historia, una narrativa. La realidad de ese cuento es irrelevante, y puede ser completamente opuesta a los hechos: la consistencia y el atractivo emocional de esa narrativa es lo que cuenta. La habilidad más esencial en el teatro político y en la cultura del consumo es el artificio. Los que dominan el artificio tienen éxito, los demás fallan. En una era de imágenes y entretenimiento, en una era de gratificación emocional instantánea, nosotros no buscamos ni queremos honestidad. Pedimos ser mimados y entretenidos con clichés, estereotipos y narrativa mítica que nos diga que podemos ser quiequiera que queramos, que vivimos en el país más grandioso de la Tierra, que estamos provistos de cualidades físicas y morales superiores y que nuestro glorioso futuro está predeterminado, sea por nuestros atributos como USAmericanos o porque somo bendecidos por Dios, o ambos.

La habilidad de amplificar estas sencillas e infantiles mentiras, la de repetirlas y tener otros substitutos repitiéndolas en un ciclo ininterrumpido de círculos noticiosos les dá a estas mentiras la cualidad de una verdad incontrastable. Se nos alimenta repetidamente con palabras y frases como "Sí, sí podemos", "rebelde", "cambio", "pro-vida", "esperanza" o "guerra contra el terrorismo". Es tan dulce el no tener que pensar. Todo lo que tenemos que hacer es visualizar lo que deseamos, creer en nosotros mismos y convocar esos ocultos recursos interiores, sean divinos o nacionales, que hacen que el mundo se amolde a nuestros deseos. La realidad nunca es impedimento para nuestra superación.

The Princeton Review analizó las transcripciones de los debates Gore-Bush, los de Clinton-Bush-Perot en el '92, los de Kennedy-Nixon del '65 y los de Lincoln-Douglas de 1858. Se revisaron las transcripciones con una prueba de vocabulario referencial que indica el mínimo nivel educativo requerido para que un lector pueda entender el texto. Durante los debates del 2000, Bush habló a nivel de sexto grado (6.7) y Al Gore a nivel de séptimo grado (7.6). En los debates de 1992, Clinton habló a nivel de séptimo grado, mientras que George H. W. Bush y H. Ross Perot lo hicieron a nivel de sexto (6.8 y 6.3 respectivamente). Kennedy y Nixon se expresaron en lenguaje de décimo grado. Los debates de Abraham Lincoln y Stephen A. Douglas se manejaron a nivel de 11.2 y 12.0. En pocas palabras, la retórica política de hoy está diseñada para ser comprensible a un niño de 10 años o a un adulto con nivel de comprensión de lectura equivalente al de sexto grado. Se ajusta a este nivel de comprensión porque la mayoría de los USAmericanos hablan, piensan y se entretienen a este nivel. Por esta razón es porqué las películas serias y el teatro y otras manifestaciones artísticas serias, así como periódicos y libros, están siendo empujados al borde de la sociedad USAmericana. Voltaire fue el hombre más famoso del siglo dieciocho. Hoy la "persona" más famosa es Mickey Mouse.

En nuestro mundo post-letrado, debido a que las ideas son inaccesibles, hay una constante necesidad de estímulo. Noticias, debate político, teatro, arte y libros se evalúan no en base al poder de las ideas sino en la capacidad de entretener. Los productos culturales que nos obligan a examinarnos a nosotros mismos y a nuestra sociedad son condenados por elitistas e impenetrables. Hannah Arendt alertó que la mercantilización de la cultura lleva a su degradación, que crea una nueva clase de celebridades intelectuales que, a pesar de ser ilustrados y bién informados, ven su rol en la sociedad el de persuadir a las masas que "Hamlet" puede ser tan entretenido como "El Rey León", y quizás también igualmente educativo. "La cultura", escribió, "está siendo destruida para producir entretenimiento".

"Hay muchos autores del pasado que han sobrevivido siglos de olvido y negligencia," sigue Arendt, "pero es aún una incógnita saber si sobrevivirán una versión entretenida de lo que trataron de transmitir."

El cambio de una sociedad basada en la escritura a una basada en las imágenes ha transformado nuestra nación. Enormes segmentos de nuestra población, especialmente aquellos que viven en el regazo de la derecha cristiana y de la cultura del consumo, están completamente desligados de la realidad. Ellos carecen de la capacidad de indagar en busca de la verdad y de afrontar racionalmente nuestras crecientes enfermedades sociales y económicas. Ellos buscan claridad, entretenimiento y orden, y están dispuestos a usar la fuerza para imponer esa claridad a otros, particularmente a aquellos que no hablan o piensan como ellos. Todas las herramientas tradicionales de las democracias, incluyendo la verdad científica e histórica libre de pasiones, los hechos, las noticias y el debate racional son instrumentos inútiles en un mundo que no posee la capacidad de usarlos.

A medida que descendamos en una devastadora crisis económica, que Barack Obama será incapaz de detener, habrá decenas de millones de USAmericanos que serán despiadadamente puestos de lado. Mientars sus casas sean confiscadas por incumplimiento de pago, mientras pierden sus trabajos, mientras sean forzados a declararse en quiebra y vean sus comunidades colapsar, se retraerán aún más en la fantasía irracional. Van a ser conducidos hacia rutilantes y autodestructivas ilusiones por nuestros modernos encantadores-nuestros anunciantes corporativos, nuestros predicadores charlatanes, nuestras celebridades de los noticieros televisivos, nuestros gurues de autoayuda, nuestra industria del entretenimiento y nuestros políticos demagogos-quienes ofrecerán formas cada vez más absurdas de escapismo.

Los valores medulares de nuestra sociedad abierta, la capacidad de pensar por sí mismos, de expresar disenso cuando el juicio y el sentido común indican que algo está errado, de ser autocríticos, de confrontar la autoridad, de entender los hechos históricos, de discernir entre verdades y mentiras, de luchar por el cambio y reconocer que hay otros puntos de vista, diferentes maneras de ser que son moralmente y socialmente aceptables, están muriendo. Obama usó centenares de millones de dólares de los fondos de campaña para cautivar y manipular esta irracionalidad y falta de ilustración a su favor, pero esas fuerzas serán su más mortal némesis cuando colidan con la horrorosa realidad que nos espera.

Fuente:

http://www.commondreams.org/view/2008/11/10-6

Traducido por Franco Munini, miembro del colectivo de traductores por la diversidad lingüística Tlaxcala.

02 noviembre 2008

Noam Chomsky: La campaña y la crisis financiera en los EE.UU

Nuevo modelo de Urinario a la venta en los EE.UU


Por: Noam Chomsky
Fecha de publicación: 02/11/08


La confluencia de la campaña presidencial en Estados Unidos y de la crisis financiera presenta una de esas ocasiones en que los sistemas políticos y económicos revelan escuetamente su naturaleza.

La pasión por la campaña puede no ser compartida de manera universal, pero casi todo el mundo puede sentir ansiedad ante la extinción del derecho de redimir hipotecas en millones de viviendas, o temer por sus trabajos, los riesgos que corren sus ahorros, o el cuidado de la salud.

Las propuestas iniciales de George W.

Bush para manejarse con la crisis apestaban tanto a totalitarismo que fueron rápidamente modificadas. Bajo la intensa presión de los cabilderos, esas propuestas fueron reformuladas como "una clara victoria para las instituciones más importantes en el sistema... un modo de descargar bienes sin tener que fracasar o cerrar". De esa manera fue descrito por James G. Rickards el paquete de rescate federal del fondo de inversiones Long Term Capital Management en 1998. La idea era hacernos recordar que estamos pisando un territorio familiar.

Los orígenes inmediatos de la crisis actual reposan en el colapso de la "burbuja" de la vivienda supervisada por el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan.

Esa burbuja sostuvo a la afligida economía durante los años de Bush por medio de un gasto del consumidor basado en deudas y préstamos del extranjero.

Pero las raíces son más profundas. En parte radican en el triunfo de la liberalización de los mercados de toda tutela gubernamental en los últimos 30 años. Estos pasos incrementaron de manera previsible la frecuencia de malas inversiones, que ahora amenazan con producir la peor crisis desde la Gran Depresión. También de manera predecible, los sectores que cosecharon enormes ganancias con la liberalización están pidiendo ahora masivas intervenciones estatales para rescatar las instituciones financieras que se han derrumbado.

Este tipo de intervencionismo es una pauta regular del capitalismo de Estado, aunque la escala de hoy en día es inusual. Un estudio de los economistas Winfried Ruigrok y Rob van Tulder efectuado hace 15 años determinó que al menos 20 empresas en la lista Fortune 100 no habrían sobrevivido de no haber sido rescatadas por sus gobiernos respectivos. También, señalaron Ruigrok y Van Tulder, muchas empresa del resto lograron ganancias sustanciales al demandar que los gobiernos "socializaran sus pérdidas", como en el actual rescate financiado por los contribuyentes.

Este tipo de intervenciones del Gobierno "ha sido la regla en vez de la excepción durante los dos siglos pasados", concluyen los economistas.

En una sociedad con funcionamiento democrático, una campaña política incluiría este tipo fundamental de temas. También se propondrían los medios por los cuales los habitantes del país que sufren las consecuencias puedan tomar un control efectivo.

El mercado financiero "ofrece poca atención al riesgo" y es "sistemáticamente ineficaz", señalaron los economistas John Eatwell y Lance Taylor hace una década.

Eatwell y Taylor advirtieron sobre los peligros extremos de la liberalización financiera. También reseñaron los costos sustanciales en los que ya se había incurrido y propusieron soluciones, que han sido ignoradas. Un factor es el fracaso en calcular los costos de quienes no participan en las transacciones. Ignorar el riesgo sistemático conduce a más tomas de riesgos de las que tendrían lugar en una economía eficaz.

La tarea de las instituciones financieras es tomar riesgos, y si son bien administradas, asegurar que las pérdidas potenciales sean cubiertas por ellas mismas. El énfasis está en el "por ellas mismas".

La liberalización financiera tiene efectos mucho más allá de la economía. Pues es un arma poderosa contra la democracia. Un movimiento libre del capital crea lo que algunos han denominado un "Parlamento virtual" de inversionistas y prestamistas, que supervisan muy de cerca los programas del Gobierno y "votan" contra ellos si son considerados irracionales: en beneficio del pueblo, no para favorecer el poder privado concentrado. Los inversionistas y los prestamistas pueden "votar" por medio de la fuga de capitales, de los ataques a las divisas y de otros recursos ofrecidos por la liberalización financiera. Esa es una de las razones por las cuales el sistema Bretton Woods establecido por Estados Unidos y Gran Bretaña después de la Segunda Guerra Mundial instituyó control de capitales y divisas reguladas.

La Gran Depresión y la guerra despertaron poderosas corrientes democráticas radicales, abarcando desde la resistencia antifascista hasta la organización de la clase trabajadora. Estas presiones hicieron necesario crear políticas socialdemócratas. El sistema Bretton Woods fue diseñado en parte para crear un espacio destinado a la acción gubernamental en respuesta a la voluntad pública. Es decir, para ofrecer alguna medida de democracia.

John Maynard Keynes, el negociador británico, consideró que el logro más importante de Bretton Woods fue establecer el derecho del Gobierno para restringir el movimiento de capital. En dramático contraste, en la fase neoliberal después del colapso del sistema Bretton Woods en la década del setenta, el Tesoro de Estados Unidos considera ahora la movilidad libre del capital un "derecho fundamental", a diferencia de los supuestos "derechos" tales como los garantizados por la Declaración Universal de Derechos Humanos: salud, educación, empleo decente, seguridad y otros que las administraciones de Ronald Reagan y Bush han considerado "cartas a Santa Claus" o "absurdos" y simples "mitos".

Con la radicalización del público en general durante la Gran Depresión y la guerra antifascista, se hicieron campañas vigorosas contra la riqueza que se hallaba en manos privadas. Por lo tanto, en el sistema Bretton Woods, "los límites sobre la movilidad de capital (...) fueron una fuente de aislamiento de las presiones del mercado".

El corolario obvio es que tras el desmantelamiento del sistema, luego de la guerra, la democracia ha sido restringida. Por lo tanto, ha sido necesario controlar y marginalizar al público. Esos procesos son muy evidentes en sociedades manejadas como si se tratase de empresas. Es el caso de Estados Unidos. Una demostración es el manejo de las extravagancias electorales por parte de la industria de las relaciones públicas.

"La política es la sombra que los grandes negocios arrojan a la sociedad", concluyó John Dewey, el principal filósofo social del siglo XX en América. Y así continuará siendo, mientras el poder resida en "el control privado de la banca, la tierra, la industria, reforzada por el mando de la prensa, los agentes de la prensa y otros medios de publicidad y propaganda".

Estados Unidos tiene efectivamente un sistema unipartidista. Se trata del partido de los negocios, que cuenta con dos facciones, los republicanos y los demócratas. Hay diferencias entre ellos. En su estudio Une qual Democracy: The Political Economy of the New Gilded Age, Larry M. Bartels muestra que durante las pasadas seis décadas "los ingresos reales de las familias de la clase media han crecido el doble bajo los demócratas que bajo los republicanos". Por otra parte, "los ingresos reales de las familias trabajadoras pobres han crecido seis veces más durante los demócratas que bajo los republicanos".

Las diferencias también pueden ser detectadas en las elecciones actuales. Los votantes deben considerarlas, pero sin tener ilusiones sobre los partidos políticos. También deben tomar en cuenta que durante siglos, la legislación progresista y el bienestar social han sido ganados por medio de luchas populares, no por regalos desde arriba.

Estas luchas siguen un ciclo de éxitos y retrocesos. Ellas deben ser proseguidas cada día, no solamente una vez cada cuatro años.

El objetivo es crear una sociedad democrática que ofrezca respuestas genuinas, desde la urna electoral hasta el lugar de trabajo.