17 julio 2010

Sean Penn: La estrella con los pies en el barro

La vida de una estrella de Hollywood no es todo alfombras rojas y hoteles de lujo. No, al menos, si uno se llama Sean Penn, que en estos días se levanta en una pequeña carpa de una colina infestada de mosquitos desde donde tiene una visión panorámica de Puerto Príncipe; se arremanga la sucia camisa, amartilla su pistola Glock y sale a intentar mejorar la vida de algunas de los dos millones de personas que se quedaron sin hogar después del terremoto que golpeó a la capital de Haití, seis meses atrás. Penn viene haciendo lo mismo virtualmente cada día desde fines de enero, cuando escuchó cánticos que salían de una iglesia a cielo abierto en un campo de golf derruido en Petionville, alguna vez uno de los barrios con más afluencia de la ciudad. Tras recorrer y mirar un poco, decidió que sería el lugar ideal para que su recientemente creada J/P Haiti Relief Organisation construyera un campamento para víctimas desplazadas por el peor desastre natural en la historia moderna.

Hoy, el campamento es el hogar de más de 500 mil personas, lo que lo convierte en una de las mayores ciudades-carpa de Haití, donde el terremoto del 12 de enero destruyó unos 200 mil edificios, mató a 300 mil personas y dejó -en un cálculo conservador- a un millón y medio sin hogar. Penn se ha convertido en uno de los trabajadores más duros de Haití, haciendo pausas en su misión de rescate sólo para realizar ocasionales viajes en busca de fondos a Washington, donde habló para el Congreso y Naciones Unidas antes de volver al sitio, a cavar trincheras, cargar sacos de comida y repartir medicinas para ayudar a los habitantes de este carpa-ciudad (que los trabajadores de ayuda llaman informalmente Campamento Penn) a sobrevivir a la malaria, difteria y tuberculosis.

El viernes pasado, Penn se movió por la colina en un cuatriciclo rojo, dirigiendo a los voluntarios mientras repartían coberturas de plástico a 7500 familias, para proteger sus precarios hogares de lo peor de la temporada de lluvias. Es parte del nuevo trabajo que afrontó tras la separación de su esposa Robin, a comienzos de este año, y ha prometido públicamente que continuará haciéndolo “hasta que en Haití haya más vida que muerte” y hasta que el golpeado país caribeño “ya no me necesite más”. Pero ésta no es sólo la historia de una celebridad bienintencionada que trata de salvar el mundo. Tampoco es la historia de cómo el izquierdista de 49 años -que en toda su carrera como actor nunca dejó de ser activista político- decidió reinventarse a sí mismo tras el fracaso de su matrimonio. Cuando la revista Vanity Fair le pidió que explicara por qué fue a Haití, Penn dijo, con su característica brusquedad: “Tuve con Robin una relación de veinte años. No tuve tiempo para comprometerme con nada, con lo real, con lugares como Iraq. Pero ahora estoy soltero. Puedo dar una mano”.

Lo más remarcable de la ciudad-carpa de Penn es lo bien que funciona. Con una fracción del dinero de las organizaciones mainstream y casi sin experiencia en el juego de la ayuda, el actor de Hollywood ha creado lo que es ampliamente reconocido como el más vibrante y, por lejos, el mejor manejado proyecto humanitario en Haití. Al caminar por el Campamento Penn se ven más escuelas, más hospitales, más letrinas y más estaciones de agua que en cualquiera de las otras 1300 carpas similares que puntean el país. El campamento está más ocupado (tienen recolección diaria de basura), es más seguro (se ven patrullas policiales regulares) y está mejor diseñado que cualquier otro. Sus habitantes quizá no han recuperado sus vidas -y no lo conseguirán por mucho tiempo-, pero al menos sienten que las cosas se mueven en la dirección correcta.

“¿La diferencia entre este campamento y todos los otros? ¿Por dónde empiezo? -pregunta Florian Blaser, un doctor alemán de Médicos Sin Fronteras que ha trabajado en sitios de todo el país-. No hay bandas recorriendo las calles. Hay un montón de hospitales, con lo que la gente tiene un adecuado acceso a los médicos. Los chicos tienen al menos cuatro escuelas para elegir. Vas a otros lados y las víctimas del terremoto sólo existen. Aquí están prosperando. Hay un sentimiento real de comunidad.” Durante la visita de este cronista, una larga fila de residentes esperaba pacientemente, con una temperatura de 38 grados, para recibir ayuda. Prevalecía una atmósfera de fiesta, con parlantes adosados al iPod de uno de los voluntarios de Penn, con Jay-Z a todo volumen. “En otros campamentos, las entregas de ayuda pueden ser un caos -dice Mark Sweeting, voluntario de Usaid, que tiene una clínica en el sitio-. Aquí la gente está relajada. Y los voluntarios de J/P Haiti Relief Organisation están haciendo cosas asombrosas. En las últimas semanas nacieron en el campamento nueve niños prematuros, y siete sobrevivieron. Es un logro sorprendente.”

El éxito de Penn importa, porque a través del resto de Haití los esfuerzos de ayuda no están siendo tan efectivos. Aunque después del desastre se enviaron miles de millones de dólares en ayuda, sólo una fracción fue gastada. La reconstrucción apenas ha comenzado. Empiezan a aparecer preguntas sobre cómo los grandes entes de caridad y organizaciones como Naciones Unidas están gastando el dinero. Esta semana, un informe de ABC News aseguró que sólo se ha liberado un 2 por ciento de los 1100 millones de dólares que recaudaron las 23 organizaciones de caridad más grandes. Solo un uno por ciento se invirtió en operaciones. Mientras algunas ONG pagan miles de dólares por mes para albergar a sus equipos en casas con aire acondicionado (el costo de alquilar una casa con piscina en Puerto Príncipe se duplicó desde el terremoto), la estrella de Hollywood y sus voluntarios duermen en carpas idénticas cerca de lo que fue el campo de golf.

El pensamiento detrás del modo en que Penn trabaja no tiene que ver sólo con gastar el dinero sabiamente. También refleja un deseo sorprendentemente raro en la industria de la ayuda, el de ser visto por la gente a la que se ayuda como algo parecido a un igual. Las agencias tradicionales pueden caer en las zonas de desastre con envíos de ayuda y luego desvanecerse durante días. Penn cree con firmeza que sólo puede ayudar a una comunidad si vive en ella y entiende qué es lo que la mueve. “Aquí hay una familia -dice Alistair Lamb, un ex oficial de la Royal Air Force británica que es codirector del campamento de Penn-. Sean es el visionario detrás de esto, y su movida más grande desde el principio es que quiere mantener la cohesión, el sentimiento de comunidad, y eventualmente regresar a la gente al lugar de donde vinieron. No somos una fuerza colonizadora. Dormimos en carpas, igual que ellos. No vivimos en casas a kilómetros de distancia. Esa clase de cosas hace una gran diferencia. Significa que entendemos el lugar, y por ello podemos tomar mejores decisiones.”

Comparado con otras organizaciones de ayuda que emplean a docenas de trabajadores de tiempo completo, el Campamento Penn tiene sólo cuatro empleados, cuyos salarios son financiados directamente por Penn y la cofundadora Diana Jenkins. El trabajo de burro, por así decirlo, lo realizan 70 voluntarios, de los cuales alrededor de 50 forman parte del equipo médico que hace visitas periódicas. “Sean creó una plataforma de gente que tiene la misma clase de actitudes pragmáticas, idealistas que él, para poder venir aquí y que las cosas se realicen -agrega Lamb-. No hay ’sistema’ para lo que hacemos. No hay reglas. Cuando llegamos, nuestro punto de partida no fue lo que hubiéramos hecho antes. Tuvimos un acercamiento completamente fresco.”

Al hablar con habitantes de la carpa-ciudad surgen de inmediato historias sobre la excentricidad de Penn. “Vine a un hospital de campo porque mi hijo se había roto un brazo -dice Ernest Missolme, que lleva un puesto de venta de choclos-. Había un handy en la carpa que estaba sonando muy alto y pude escuchar que había habido alguna clase de incidente. La voz de Sean gritaba ‘¡Si ustedes no vienen acá y traen ayuda, lo voy a bajar yo mismo!’ Más tarde me enteré que un tipo andaba alrededor del campamento con un rifle de asalto M16. Sean y dos tipos de Naciones Unidas sacaron sus armas y lo arrestaron.” El incidente convence a los testigos del hecho de que, en el Campamento Penn, el tipo no hace las cosas para las cámaras.

(Por Guy Adams en The Independent de Gran Bretaña. Publicado en español en Página/12)

09 julio 2010

ARGENTINA: CARTA A MARADONA


29 Jun 2010

QUERIDO DIEGO, "PELUSA", "PIBE DE ORO", "DIEZ", "DIOS", "GORDO":

Quiero hacer memoria, para que no se te olvide a vos, ni a ninguno de los argentinos.

Eras un pibe de la villa miseria de Fiorito. Uno de esos asentamientos informales, insalubres y laberínticos, de viviendas precarias en las que se hacinan los desplazados. Síntoma brutal de la marginación y la pobreza, del que los políticos prefieren no hablar porque es poner en duda toda la estructura legal del sistema.

Jugabas porque el fútbol es la expansión de los humildes, un acto atemporal que los saca de las desdichas cotidianas. La vida te había negado casi todo, y vos, como miles de chicos argentinos, con tus zapatos rotos, te desquitabas a patadas.

En 1973 alguien te dijo:

- Che pibe, vamos a armar un equipo para jugar en el "Torneo Evita", ¿Entrás?

Con tus piernas flacas y tu rostro de "negrito", te convertiste en la pesadilla del torneo, nadie quería enfrentarte. "Los Cebollitas", (así se llamaban), se llevaron la copa y al año siguiente ganaron el Campeonato de la 8ª División. El conjunto se mantuvo invicto 136 partidos y gracias a que "Los Cebollitas" se convirtieron en una sensación, conociste Perú y Uruguay, donde los invitaron a jugar. No tenías 12 años y ya eras campeón.

A alguien se le ocurrió hacerte debutar en las inferiores del Club Argentino Juniors. Resultó fácil, fue el primer acto ilícito de tu vida: te cambiaron el nombre y mintieron la edad, agregándote dos años para que te aceptaran. Algo completamente inútil porque tu brillo era tal que cuando te vieron jugar, todos preguntaban: ¿Quién ese pibe? ¿De dónde salió ese prodigio?

Entonces decidieron que era mejor ponerte en el entretiempo de los partidos de la Primera División para que entretuvieras a la hinchada haciendo malabares con la pelota. Naciste mago.

Siempre la pelota ha hecho todo lo que querés, ¿O será al revés?

Llegaste a la villa eufórico: ¡Mamá, me pagaron!

Doña Dalma te dio un beso y tu padre Diego te regaló una sonrisa y una palmada afectuosa. Hasta hay un viejo comercial de Coca Cola, donde se ve a aquel muchachito haciendo maravillas.
La primera vez que figuraste en los diarios, (esos que cada vez que pueden, intentan destruirte por tus ideas), tenías diez años. El Clarín decía: "Había un pibe con porte y clase de 'crack'... ".

Este periodista no sabía que aún faltaban por llenar muchas páginas hablando del "Pibe de Fiorito". Porque en dos años ascendiste ocho divisiones en Argentinos Juniors, de novena a primera, y comenzaste a dibujar tu historia con goles: en 1978, aunque te consagraste como el goleador del Metropolitano, el flaco Menotti te dejó fuera de la Selección que ganó el campeonato porque eras muy niño, pero al año siguiente nos trajiste la Copa del Mundial Juvenil.

Por ese tiempo, aunque River te quería contratar y te ofreció lo mismo que ganaba Ubaldo Fillol, el jugador mejor pagado de entonces, decidiste jugar para Boca, que estaba en serios problemas económicos y no podía comprar tu pase. Nos hiciste campeones, pero duraste poco. Europa siempre ha pagado mejor y te fuiste al Sevilla y después al Nápoles.

El Mundial de México 86, siempre será recordado como "el Mundial de Maradona" y podría escribir muchas páginas con las emociones que nos hiciste vivir, porque cada vez que mandaste la pelota al fondo de la red, no era un gol de Maradona, era un tanto de desquite de todos los humildes de tu pueblo.

La FIFA, aún a regañadientes, (los oligarcas del fútbol no te quieren Diego) tuvo que elegirte como al mejor jugador del siglo XX. Para nosotros significas mucho más. Siempre recordaré cuando como consecuencia de haber caído en los abismos de la droga, te tuvieron que internar de urgencia y una multitud angustiada hizo intransitable cuadras enteras en torno al hospital. Alguien puso un gran cartel: "El cielo tiene que esperar", otro decía: "Siempre vivirás, Dios no quiere competencia.", otro: "Jesús resucitó una vez. Vos, miles.", y quizá el más significativo rezaba: "Diego, no aflojés que vas a salir. No podés perder. No te olvides que Maradona juega para vos."

Saliste de la droga como también te levantaste de cada golpe que te dieron en la cancha, pero los medios internacionales siempre magnificaron tu adicción a las drogas y cada error que cometías, porque lo que no te perdonan es que a pesar del dinero, la fama y la gloria, nunca olvidaste al pibe de la villa de Fiorito y que cada uno de tus mensajes políticos mueva la conciencia de los pobres y explotados del mundo.

El mercado puede aceptar que seas un genio del fútbol, pero no que te hayas convertido en la compensación para una sociedad frustrada por varias dictaduras militares y desgastada por el accionar de políticos corruptos.

Se acepta, ¿qué otro remedio les queda?, que seas un campeón, más no que reflejes los sentimientos de los despojados que necesitan creer que Dios no está tan lejos.
Eso no te lo van a perdonar nunca Diego.

La FIFA no te puede perdonar que promuevas la sindicalización de los jugadores, a los que llamas "los obreros del fútbol", porque eso echaría por tierra un negocio que mueve millones de dólares cada cuatro años.

Si Maradona dona una escuela, o promueve una colecta para los niños pobres con parálisis, no saldrá en la primera plana de ningún periódico del mundo, porque lo imperdonable no son estos actos en sí, sino que lo hagas siempre diciendo que sólo estás devolviendo algo de lo que los poderosos roban a la gente.

Demagogo, populista, oportunista, drogadicto, son los calificativos aconsejados por los señores de la SIP para poner junto a tu nombre. Como también aconsejan destacar siempre las declaraciones del señor Pelé, porque ese si es "bueno". Se coloca debajo de un cartel de alguna firma de productos deportivos, que por supuesto le paga, para reivindicar siempre al sistema y defender sus intereses. De eso vive.

No te van a perdonar tus visitas a Chávez, o que tengas al Ché tatuado en tu hombro.

La única vez que te tuve cerca fue cuando en noviembre de 2005, con motivo de la Cumbre de Presidentes de Mar del Plata, nos invitaste a ir a repudiar la presencia de Bush en la Argentina.
Los grandes diarios del mundo, no publicaron en estos días la foto de la Selección Argentina despidiéndose rumbo a Sudáfrica con una gran pancarta que decía: "Apoyamos a las abuelas de Plaza de Mayo para el Premio Nobel de la Paz". Ni tampoco la noticia de que recibiste en Pretoria a Estela Carlotto con un gran abrazo.

Eso no se perdona Diego.

El fútbol, vos lo sabés mejor que nadie, es un juego impredecible y como bien declaraste: "No hay favoritos. Cualquiera te puede clavar la pelota en el ángulo y todo lo que hiciste... Chau". Todo es posible, pero por todo esto y mucho más quiero decirte que si eso sucede, no te hagas ningún problema, porque con nosotros ya cumpliste.

Gracias por ser Maradona.
Gracias por ser nuestra alegría y nuestra esperanza.
Gracias por no olvidar al pibe de Fiorito.
Gracias por representarnos siempre a todos con dignidad.
Gracias campeón!